Francos. « ¡Ah! torna á esclamar el rey : ahora si que juraria por Dios vivo que mi sobrino batalla. Volvamos : llamad y reunid vuestras banderas y pendones ; vamos á socorrer á nuestras gentes que están en peligro. »
Cárlos hace tañer las trompetas ; los Francos se cubren con sus armaduras ; vuelven a bajar al valle é pesar de los erizados picos, de la oscura noche, al vallé á gargantas profundas y lóbregas, de los impetuosos torrentes.
El rey Cárlos cabalga á gran priesa : su blanca barba flota sobre una armadura brillante ; llega al campo de batalla, pero llega tarde.
¡Huid, huid, los que aun tengais fuerzas y un caballo! ¡Huye, rey Carlomagno, con tu capa roja y tu penacho negro! Tu sobrino querido, la flor de tus guerreros y varones yace tendida en el monton allá abajo : de nada le ha servido su valor.
— « Y ahora , Euskaros, esclama el gefe de casa, dejemos las rocas; bajemos como un alud al valle, lanzando dardos contra los fugitivos. »
— « ¡Ya huyen, ya huyen! ¿Dónde está la masa de sus lanzas? ¿Donde sus pendones y banderas abigarradas que flotaban sobre sus cascos? Sus armas ensangrentadas no brillan ya á los rayos del sol. »
– « ¿Cuantos son ahora, niño? Cuéntalos bien. » « Veinte, diez y nueve, quince, diez, tres, dos, uno ; no, No queda ninguno ; todos están tendidos; todos muertos. Todo se acabó. »
¡Gefe de familia! ya puedes retirarte con tu perro. Vete á abrazar á tu esposa y á tus pequeñuelos. Limpia tus dardos ; forma el haz con ellos y la bocina de guerra, y colócalos sobre la testera de tu lecho ; tu cabeza puede reposar tranquila.
Las águilas vendrán á disputar á los lobos esas carnes magulladas, y todas esas osamentas blanquearán el valle durante muchos siglos.
Duerme, oh padre, duerme tranquilo. El perro morirá de viejo antes que con sus ladridos te dé la alarma por segunda vez.