solitaria, la abeja que queda guardándola clava su agiujon en el lanudo cuerpo de la fiera, y muere peleando y defendiendo su morada. Muramos tambien si es preciso. Las montañas son las barreras naturales que Dios plantó para que los hombres no las rebasasen jamás? »
Asi hablo el gefe de familia. Los peñascos ruedan dando tumbos y aplastan centenares de guerreros ; las armaduras saltan en menudos pedazos ; las carnes palpitan hechas trizas ; los huesos crujen pulverizándose ; la sangre corre á torrentes.
Mientras tanto Roldan lleva á sus lábios el olifante y le hace sonar con todas sus fuerzas. Las montañas son efevadas, pero sobre ellas se eleva la voz del ebúrneo olifante, se prolonga de eco en eco.
Cárlos y sus condes lo han oido. « Ah! dijo el rey del Norte: nuestras gentes batallan. » Pero Ganelon se apresura á contestar: « eso no es nada." A cualquiera otro que hubiese oido tal cosa, se le tendría por mentiroso.
Roldan, en tanto, con gran pena, con grande dolor, prosigue tañendo sin cesar el olifante ; la sangre sale á borbotones por la boquilla del instrumento. El craneo del Franco está hendido, y á través de la hendidura se ven palpitar sus sesos.
Y el ruido de su bocina resuena á lo lejos. Cárlos lo oye segunda vez en el momento de atravesar el puerto ; el duque de Naismes lo oye tambien, así como los demas condes francos.
— « Ah! vuelve á esclamar el rey, yo oigo la bocina De Roldan. No la tañeria él si no estuviese en gran apuro. » Pero Ganelon dice: « No hay semejante batalla. Conoceis demasiado el orgullo de vuestro sobrino. Al presente está echando bravatas al frente de sus pares. Caminemos: ¿por qué detenernos? Nuestro pais está Lejos aun. »
La sangre corre con mas abundancia que antes de las anchas heridas de Roldan. Sin embargo hace el último esfuerzo, y su bocina resuena con mas fuerza que nunca.
Carlós la oye por tercera vez, y con él los de mas